jueves, 22 de diciembre de 2011

En mi lado del sofá (I)

Te han dicho que la culpa es tuya por querer tanto. Dicen que has deseado y esperado, te has ilusionado y entregado sin límites hasta un punto que no era necesario, nadie te lo había pedido, o eso piensan todos. Tienen el corazón tan pequeño, o dicho de otra manera, han querido tan poco, que se equivocan en lo que dicen. Qué fácil es decir: te estás equivocando y deberías separar las cosas, darte cuenta de que nada es lo que era antes y de que esto no es lo que tú piensas. Qué fácil es decir: espera, tiempo al tiempo, porque la vida te sorprenderá y todo irá mejor antes de lo que imaginas. Piensas que sería mejor que no dijeran nada, piensas que deberían dejarte querer tranquila a quien tu elijas querer. Te parece que es una suerte querer de esta forma, pensar así en otra persona, desear antes su bien que el tuyo propio, sacarle una sonrisa aunque conlleve tres lágrimas de tus ojos, besarle aunque lo que más te apetezca en ese momento sea llorar y que te abrace. Echas de menos que te abracen, que te abrace. Echas de menos que te escuchen, que quieran oír lo que te hace estar mal, lo que quieres y el por qué de ello. Lo echaste de menos hasta que un desconocido que probablemente en otro momento hubiera caminado por el mismo sitio sin detenerse, se fijó en ti, en tus ojos y se pregunto por qué estabas llorando. Esa persona se quedo sentada contigo, mucho tiempo, hasta que pudiste dejar de llorar y explicar el por qué de esa mirada perdida, con miedo y que a gritos pedía tiempo. Tiempo y dedicación. No te conoce de nada pero después de contarle entre sollozos lo que ocurría, o quizá lo que no había ocurrido, te pide que te levantes porque te quiere abrazar; dice que llores en su hombro diez minutos hasta que no te queden lágrimas, consigue que saques fuerzas de donde no las hay. Sientes la necesidad de repetir tres veces el motivo de tu lloro y a ese desconocido no le importaría escucharlo cuatro veces más. Le querías y dices que es una suerte que lo sigas haciendo; aunque eso te haga mirar atrás. Regalarle una sonrisa cada día, todo el tiempo que necesite y el que no; regalarle tus oídos, tus hombros y tus manos si hicieran falta. Despertarte y recordarle, acostarte y despedirle, sonreír y llamarle, llorar y aguantarte, quererle e intentar callarte. Hay un momento en el que la situación puede contigo, piensas que te estás volviendo loca y no sabes si eres tú la que te equivocas; no quieres dejar de querer, no quieres olvidar ni tampoco dejarlo atrás.

No hay comentarios:

Publicar un comentario